viernes, 25 de abril de 2008

CRONICA


Silla de contienda.
José Felix
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Lo que se percibe de principio como un problema pequeño, si se le descuida puede tener repercusión de consecuencias grabes, que inducen a contiendas y o simplemente pueden parar en frustraciones.
Carlos Manuel es un joven, residente en la montaña del Ranchito, al noroeste de la Ciudad de Santiago; que siempre ha soñado con ser un hombre de triunfo, aunque su vida no ha sido del todo color amapola y no porque este debajo de ella la mula amarrada.
Este éste joven de tan solo doce años de edad, conoce muy bien el sentido de lo que significa ser un adolescente honesto y humanitario, sensible a las necesidades de los demás.
Su vida esta llena de heroísmo y sacrificio, pues al primer canto del gallo sale de su angosta cama de batidor cubierta por una manta elaborada de retazos que les dan un color arcoiris; durante el día realiza tareas forzadas propias de un joven de más de dos décadas, pero sobre todo posee espíritu de guerrero revolucionario.
Carlito como le llaman sus compañeros de comarca, sabe invertir su tiempo muy bien; al rallar el alba su faena comienza en el verde sembradío de maíz, yuca y frijoles, luego cuando el Sol se sitúa justo en medio del firmamento; comprende que es el tiempo de prepararse para recibir el pan de la enseñanza. Terminado el día de escuela y trabajo, disfruta de un chapuzón en el riachuelo, en el cual al caer la tarde se relaja sentado en su silla tallada en roble que les regalo el tío Andrés momento antes de morir.
Concluida la jornada del día y la semana primera de mayo, éste Jovencíto apuesto, de pómulos salientes, piel canela, ojos saltones color café, pelo rizado y labios carnosos, se dispuso saborear su acostumbrado espectáculo de puesta de sol; su silla compañera de tantos momentos felices les aguardaba recostada en el tronco del árbol de Caimito, situado en el ala oeste de la casa elaborada a base de palmas talladas por manos de hierro, techo de cana y suelo de cal.
El sol comenzó su camino de regreso a casa, para cederles paso a la manta de fuegos artificiales que reposan en los aires prendidos de la nada, y de lo cual Carlos disfrutaba tanto. Como todo agricultor y hombre de campo, en su inteligencia que les ha brindado la experiencia, dedujo que serian las seis de la tarde, hora de la función.
Pasado solo cinco minutos, las nubes se encaminaban como soldados constituciónalista hacia el palacio presidencial en la guerra de Abril de 1965, dispuestos a cumplir con su misión, y los ojos de Carlitos sentado en primera fila, se excitan con tan espectacular puesta de sol al tiempo que sus labios soltaban una gentil y grata sonrisa de satisfacción, cuando de repente aparece junto a él Antonio, ese joven que no había cumplido los catorce años de edad, de tez morena, ojos de águila, y que no pesaría mas de 125 libras, este por caridad de la abuela de Carlos, se hospedo con la familia seis abriles antes.
Al percatarse de la estancia de Antonio, parado junto a él; los ojos de Carlos buscaron los de aquel que varia veces , a velocidad del rayo; pues les parecía extraño que estuviese ahí, donde tantas veces le invito y nunca acudió por dedicarse a la vagancia, les resultaba dudosa su presencia en este momento.
Puedo sentarme en tu silla manito _ les pregunto de forma maquiavélica el intruso_ es que las otras están feas y la tuya esta cómoda y bonita; añadió. Los dos quedaron en silencio por mas de diez segundo, y entonces el cuerpo de Carlos se movió un poco a su izquierda, facilitando al hermanito, que no es su hermano tomar asiento junto a el.
Antonio parecía un ladrón de concho, al momento de asaltar su presa, se movía constantemente sobre la silla, logrando que Carlos Manuel le diese un poco más de espacio; incomodo por la situación, el dueño de la silla de roble, quiso reclamar, pues su compañero de casa estaba invadiendo poco a poco su territorio, pero el funesto cuervo, les amenazo con denunciarlo falsamente con el alcaide del lugar, acusándolo de xenofóbico; logrando de esta manera que el madrugador retrocediese y abandonara su propósito.
Poco a poco el forastero fue ocupando todo el lugar de la silla, avalado en sus continuas amenazas de difamación en contra del verdadero dueño de la silla. Sintiéndose impotente ante la situación el de espíritu revolucionario quiso levantarse en arma, pero era demasiado tarde, su cuerpo estaba totalmente fuera de la silla y de repente cayo contra el piso tras recibir en medio de burlona carcajada, un ultimo empujo de Antonio; quien les expreso de manera sarcástica ¨ desde ahora yo seré tu jefe, y tu trabajara para mi, y me llevo tu silla ¨.
En los ojos de furia del acorralado adolescente, se asomaron dos lágrimas; al momento que el reloj del sol marcaba por última ocasión del día las siete y quince minutos, en medio de su amargura pensó que ya era tarde, que si lo hubiese detenido antes no pasarían las cosas que sucedieron.
El que en otra ocasiones se iba a su cama feliz y contento yacía en el piso de hojas, sentado esta vez no en su silla sino sobre sus glúteos; y entonces comprendió el dicho ¨ en esto consiste la sabiduría el que tenga entendimiento que entienda ¨, al momento que pensó usar alguna estrategia para recuperar su sillas, teniendo en cuenta que ya no era solo suya, sino de dos que entraban en contienda por ella.
El lucero de la noche parecía contemplar al muchacho triste y cabizbajo, que en medio de su llanto se fue su cama a las nueves para intentar descansar y tener otro día lleno de retos y desafíos.

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